Biografía de Rubén Darío: Vida y Obra Literaria

La Biografía de Rubén Darío nos delata un poeta iniciador y máximo representante del Modernismo hispanoamericano, cuya brillantez formal, estilística y musical, no hay quien lo iguale en lengua española en la primera etapa de su trayectoria, plenamente modernista.

Al disminuir su esteticismo, y el ideal del arte por el arte impulsa nuevas inquietudes, surge su obra maestra, donde el absoluto poderío de la forma ya no tiene la simple belleza como único propósito, sino que potencia la expresión de una intimidad angustiosa o de preocupaciones sociohistóricas, como el devenir de la América hispana.


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Resumen de la biografía de Rubén Darío

Biografía de Rubén Darío: Vida y Obra Literaria

Félix Rubén García Sarmiento mejor conocido como Rubén Darío vino al mundo en el año 1867, casi que por azar en una pequeña ciudad nicaragüense llamada Metapa, pues al mes de su nacimiento fue llevado a León, donde su madre, Rosa Sarmiento, y su padre, Manuel García, fundaron un matrimonio teóricamente de conveniencias, pero próspero en disgustos.

Mientras su padre Manuel García se entregaba destempladamente a las farras y ahogaba sus penas en los prostíbulos, su madre, Rosa Sarmiento, huía de vez en cuando de su marido para refugiarse en casa de sus parientes.

Aun así, concibió una segunda hija (Cándida Rosa, que se malogró enseguida) y se enamoró de un tal Juan Benito Soriano, con quien se fue a vivir con su primogénito a "una casa primitiva, pobre y sin ladrillos, en pleno campo", ubicada en la localidad hondureña de San Marcos de Colón.

No obstante, el pequeño Rubén regresó pronto a León y se fue a vivir con los tíos de su madre, Bernarda Sarmiento y su marido, el coronel Félix Ramírez, quienes recientemente habían perdido una niña y lo recibieron como si fuesen sus verdaderos padres.

Relación con sus Padres

Muy poco veía Rubén a su madre. Tampoco a  su padre, por quien siempre sintió mucho desapego, hasta el extremo que firmaba sus primeros trabajos de la escuela como Félix Rubén Ramírez.

Según la Biografía de Rubén Daria, se sabe que en el hogar del coronel Félix Ramírez célebres tertulias congregaban a la intelectualidad del país; y en este ambiente culto se desarrolló este poeta.

Aunque precoz versificador infantil, el mismo Rubén no recordaba sus inicios cuándo comenzó a componer poemas, pero ya a la edad de tres años sabía leer, y a los seis empezó a devorar los clásicos que halló en la casa. A los trece ya era reconocido como un poeta, y a los catorce concretó su primera obra.

En su tiempo, las elegías para los difuntos, los honores a los recién casados o las loas a los generales victoriosos eran parte de las costumbres colectivas, y cumplían una función social con mucha demanda.

Por esos tiempos se declamaban versos como se levantaban monumentos al dramaturgo ilustre, se brindaba a la salud de los recién nacidos o se ofrecían banquetes a los diplomáticos que venían del extranjero.

Sus Años de Estudios

En sus primeros años estudió con los monjes jesuitas, a quienes dedicó algún poema colmado de invectivas, referenciando sus "sotanas carcomidas" y apodándolos  de "endriagos"; pero en esa fase de juventud no solamente cultivó la ironía: tan adelantada como su poesía influida por Gustavo Adolfo Bécquer y por Victor Hugo, quien fue su vocación de eterno enamorado.

De acuerdo con su propia confesión en su Autobiografía, una maestra le impuso un severo castigo al sorprenderlo "en compañía de una precoz chicuela, iniciando indoctos e imposibles Dafnis y Cloe, y según el verso de Góngora, las bellaquerías detrás de la puerta".

Antes de cumplir sus quince años, cuando las aspiraciones de su corazón se fijaron en la esbelta chica de ojos verdes llamada Rosario Emelina Murillo, en el inventario de sus pasiones había anotado a una "lejana prima, rubia, bastante bella", quizás Isabel Swan, y a la trapecista Hortensia Buislay.

Pero ninguna de ellas, le procuró tantos dolores de cabeza como Rosario; y como dijo enseguida a la musa de su corriente novela sentimental Emelina, sus deseos de contraer inmediato matrimonio, sus amigos y parientes maquinaron para que dejara la ciudad y terminara de crecer sin incurrir en irreflexivos arrebatos.

Rubén Darío en 1892: Chile

Rubén Darío en 1892: Chile

Para agosto del año 1882 Rubén Darío se hallaba en El Salvador, cuando fue recibido por el presidente Rafael Zaldívar, halagándolo en su Autobiografía: "El presidente fue gentilísimo y me habló de mis versos". Tambien le ofreció su protección; mas cuando me preguntó qué es lo que yo deseaba, contesté con estas exactas e inolvidables palabras que le hicieron sonreír: "Quiero tener una buena posición social".

En este suceso, Rubén expresa sin disimulos sus ambiciones burguesas, que luego vio con dolor frustradas y por cuya razón debía sufrir aún más en su ulterior etapa vivida en tierras chilena.

También en Chile conoció al presidente José Manuel Balmaceda y entabló amistad con su hijo, Pedro Balmaceda Toro, y con el aristocrático círculo de sus amigos; pero para vestir con decencia, comía en secreto "arenques y cerveza", sin ocultarle a sus opulentos contertulios su mísera condición.

De esa etapa chilena es “Abrojos” (1887), un libro de poemas que refleja su tristeza como de poeta pobre e incomprendido; ni un fugaz amor vivido con una tal Domitila consiguió mitigar su dolor.

"Los Darío" llamaban a su familia por el apellido de un abuelo, por lo que este  joven poeta, buscando armonía, empezó a firmar como "Rubén Darío", pseudónimo que adoptó de forma definitiva como su nombre literario de batalla.

Concursos y Fama

En un concurso literario convocado por el opulento Federico Varela escribió “Otoñales”, obteniendo un modesto octavo lugar entre cuarenta y siete originales, y “Canto épico a las glorias de Chile”, ganándose el primer premio, compartido con Pedro Nolasco Préndez, el cual e reportó la módica suma de trescientos pesos.

Pero fue en el año de 1888 cuando Rubén Darío se dio a conocer con la publicación de “Azul”, libro encomiado desde España por el prestigioso novelista Juan Valera, cuya relevancia destaca como puente entre las culturas española e hispanoamericana.

Las cartas escritas por Juan Valera sirvieron de prólogo a la nueva reedición, que fue ampliada en 1890, pero para entonces su obsesiva voluntad de escapar de aquellos estrechos ambientes intelectuales (donde no tenía ni la suficiente fama ni la anhelada fortuna) para conocer a París.

Rubén Darío y su Matrimonio

Rubén Darío contrajo matrimonio el 21 de junio del año 1890 con Rafaela Contreras, una mujer con la que compartía aficiones literarias, pero fue el 12 de 1890, cuando se completó la ceremonia religiosa, interrumpida por una asonada militar.

Fruto de esta unión nació su hijo Rubén en Costa Rica el 11 de noviembre de 1891. Luego,  en la celebración del IV centenario del descubrimiento de América, se cumplieron sus deseos al ser enviado como embajador en España.

Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004), en la Biografia de Rubén Darío, escrita para su sitio web nos dicen que en esa ocasión el poeta desembarcó en el puerto de La Coruña el 1 de agosto de 1892, buscando establecer inmediatas relaciones con las principales figuras de la política y de la literatura española.

Pero su felicidad se vio apagada por la súbita muerte de su esposa, lo que avivó su tendencia desaforada por el  alcohol. Por eso, en estado de embriaguez fue casi obligado a casarse con su adorada adolescente, Rosario Emelina Murillo, quien le hizo víctima de uno de los más lamentables episodios de su vida.

Al parecer, el hermano de Rosario, un hombre sin escrúpulos, fraguó un plan, para sorprender a los amantes en honesto acto amoroso, amenazando  con matar a Rubén si no contraía de inmediato matrimonio, pero además saturándolo de whisky, lo que aprovechó para llamar a un cura quien ofició la boda el mismo día 8 de marzo de 1893.

Naturalmente, Rubén tuvo que resignarse ante los hechos, pero no aceptó  convivir con el engaño, y fue perseguido por su pérfida y abandonada esposa buena parte de su vida artística.

Lo Impensable: Francisca Sánchez

En Madrid conoció Rubén Darío a una mujer de baja condición, Francisca Sánchez, criada analfabeta de la casa del poeta Francisco Villaespesa, en quien encontró refugio y dulzura.

Con ella viajó a París luego de ejercer como cónsul de Colombia en Buenos Aires y residir allí desde 1893 a 1898, así como adoptar a Madrid como su segunda residencia desde que llegara a la capital española ese último año.

Por esta etapa de viajes alegres (Italia, Inglaterra, Bélgica, Barcelona, entre otros) comenzó a escribir  sus libros más valiosos: “Cantos de vida y esperanza” (1905), “El canto errante” (1907), “El poema de otoño” (1910), “El oro de Mallorca” (1913).

En Mallorca residió una temporada para restaurar su salud, que ni los cuidados de su buena Francisca lograban restaurarla, sin haber podido alcanzar una "buena posición social"; solo el dinero y la respetabilidad suficiente como para vivir con frugalidad y modestia.

De ello dio fe un claro episodio del año 1908 con el escritor español Alejandro Sawa, quien años antes le sirvió de guía en París para conocer al perpetuamente ebrio Verlaine.

Sawa, un viejo literato bohemio, enfermo y ciego, consagrado a la literatura, le exigió a Rubén la escasa suma de 400 pesetas para por fin ver publicada la que hoy es considerada como su obra más valiosa, “Iluminaciones en la sombra”, pero éste, al parecer, no estaba dispuesto a facilitarle tal cantidad de dinero, haciéndose el desentendido.

Por ello Sawa, en su correspondencia, se dejó de ruegos y con indignación, le reclamó el pago por los servicios prestados. Según declaraba en sus misivas,  Sawa había sido el autor de algunos artículos remitidos en 1905 a La Nación y que eran firmados por Rubén Darío.

En todo caso, fue finalmente el poeta nicaragüense quien, a solicitud de la viuda de Sawa, prologó conmovido el extraño libro póstumo de ese "gran bohemio que hablaba en libro" y "era gallardamente teatral", aludiendo las propias palabras de Rubén.

La obra de Rubén Darío

Rubén Darío: Su Obra y Vida

Rubén Darío creció con una facilidad para el ritmo y la rima, rodeado de fuertes desavenencias familiares. Pero en su época toda esa pesada parafernalia de famosos tópicos estaba muy desgastada como el propio Romanticismo y se ofrecía a los poetas como armas inútiles.

Rubén Darío revolucionó rítmicamente el verso castellano, también pobló la literatura de nuevas fantasías, que pervivían en el mismo paisaje imposible. Cedió a ese castellano decadente el influjo revitalizador americano y los modelos parnasianos y simbolistas de los franceses, abriéndolo a un léxico rico y extraño, a una nueva flexibilidad y musicalidad en el verso y la prosa.

A su vez, introdujo temas y motivos universales, exóticos y propios de nuestra cultura, que excitaban la imaginación y la facultad de semejanzas, siendo, en definitiva, uno de los más grandes renovadores del lenguaje poético en las letras hispánicas.

La poesía de Rubén Darío, impactó en centenares de escritores de ambos continentes. Esos elementos básicos de su poética los vemos en los prólogos a “Prosas profanas” (1896), “Cantos de vida y esperanza” (1905) y “El canto errante” (1907).

En ello, es básica la búsqueda de la belleza oculta en la realidad. Para Rubén Darío, el poeta ostenta la misión de penetrar en el resto de los hombres el lado indecible de la realidad; para revelar este lado indecible, el poeta tiene la metáfora y el símbolo como instrumentos esenciales. Directamente relacionado está el rechazo de la estética realista y el escape a escenarios fantásticos, alejados espacial y temporalmente de su realidad.

Rubén Darío: del derroche a la estrechez

Inquietud e insatisfacción, codicia y placer, pululan ante el dolor y la idea de la muerte. Rubén Darío pasó a menudo del derroche a la estrechez, del optimismo al pesimismo, entre drogas, mujeres y alcohol, como buscando en la vida la misma la originalidad de la poesía o como aturdirse en su goce sin examinar el fondo de su conciencia.

Este hombre "pagano por amor a la vida y cristiano por temor de la muerte" fue un lírico ingenuo que presagió su trascendencia y quiso acabar con las rutinas e imposiciones de la tradición literaria de España y América.

Romper la monótona solemnidad literaria de España con los ecos románticos de Víctor Hugo, es necesario; los artículos de “Los raros” (1896), de temas básicamente franceses, nos refieren esa trayectoria.

Pero también la América hispánica estaba presa en un círculo tradicional, con lo norteamericano por encima  y los cantos a Junín y a la agricultura de la Zona Tórrida por todas las direcciones.

Su réplica se constituyó en el primer poemario plenamente modernista, “Prosas profanas” (1896), con unas primeras palabras donde figuran composiciones tan singulares y brillantes como el “Responso a Verlaine, Era un aire suave... o la Sonatina”.

Rubén Darío y sus “Prosas Profanas”

“Prosas profanas es la obra cumbre de esta ruptura: la reacción contra la redundancia romántica y la estrechez realista son composiciones de inmejorable belleza y brillo imaginativo.

Las inquietudes de otros poetas, fueron recogidas y organizadas por el gran lírico, quien, influido por el parnasianismo y el simbolismo franceses, inauguro las bases de la nueva escuela: el Modernismo, punto de arranque de la renovación lírica española e hispanoamericana.

Aunque Rubén Darío rechazaba las normas y la mala costumbre de la imitación, por lo que afirmaba que no hay escuelas, sino poetas, y sugería que no se imitase a nadie, ni siquiera a él mismo.

Ritmo y plástica, música y fantasía fueron los elementos fundamentales de la nueva corriente, más superficial y sugestiva que profunda en su principio, cuando aún no se existía el fermento revolucionario del poeta.

Asentamiento y Transmutación de Rubén Darío

Pero pronto le llegó el asentamiento, abriendo a lo europeo y a lo universal los cotos cerrados de la Madre Patria y de Hispanoamérica, mirando a su alma y su obra, para encontrar la falta de solera hispánica: "yo siempre fui, por alma y por cabeza, / español de conciencia, obra y deseo".

Y en la primitiva poesía y la clásica española halló la solera que requería para componer los versos de la más lograda y trascendente de sus obras: “Cantos de vida y esperanza” (1905), donde corrige la superficialidad anterior ("yo soy aquel que ayer no más decía..."), y donde se encuentras composiciones como “Lo fatal”, “Marcha triunfal”, “Salutación del optimista”, “A Roosevelt” y “Letanía de Nuestro Señor don Quijote”.

Composiciones trascendentes

NOTA
 

  • «El canto errante» (1907)
  • «Poema del otoño y otros poemas» (1910)
  • “Canto a la Argentina”, (1914).
  • “Peregrinaciones” (1901)
  • “La caravana pasa” (1902) y
  • “Tierras solares” (1904).

Este genio lírico de repercusión universal, manejó el idioma, renovándolo con vocablos brillantes y desarrollando ensayos métricos audaces y primorosos con los que realizó combinaciones fonéticas dignas de Fray Luis de León, hasta ser el maestro por antonomasia de la musicalidad, del ritmo y la armonía.

Abrió las puertas literarias de España e Hispanoamérica hacia lo exterior, como lo harían en seguida los escritores españoles de la generación del 98. Rubén Darío tomó del parnasianismo y del simbolismo francés los elementos que requería para su revolución, flexibilizando la gloria hispánica con el "esprit", con la gracia francesa, ante el  sentido materialista y dominador del mundo norteamericano.

Rubén Darío: Muerte y su Autobiografía

 

Al final de su vida, Rubén Darío no estaba dispuesto a favorecer a sus amigos más que con su pluma, ya que sus frutos no cubrían ni el pago de sus deudas, pero si se ganó el reconocimiento de la mayoría de los escritores contemporáneos en lengua española y la gratitud de aquellos que han intentado escribir un alejandrino en este idioma.

En el año 1916, al poco tiempo de regresar a su Nicaragua natal, Rubén Darío murió, y la noticia llenó de profunda tristeza a la comunidad intelectual hispanoparlante.

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